Al empezar a escribir esta entrada no tenía claro que línea discursiva podía elegir para que nadie se sintiese ofendido. Mi intención es siempre la de reflexionar en voz alta aquello que me suscita una práctica tan profunda como la nuestra.
El combate es un punto crítico del entrenamiento y que, por sus características particulares, no suele ser bien entendido. A veces me siento un poco redundante al hablar de esto, pero parece que de vez en cuando hay que refrescar las ideas para que sigan manteniendo la vitalidad que esperamos de ellas.
Al hablar del combate se disparan muchas alarmas. Es indudable que forma una parte fundamental de la práctica marcial. Sin combate nos alejamos mucho de la realidad de lo que hacemos y la práctica se queda en una especie de endogamia técnica que solo convence a la ilusión imaginativa y egótica del practicante.
Estamos cansados ya de ver espectáculos de supuestos grandes maestros del arte combatiendo con luchadores profesionales con el patético mensaje de ese inevitable resultado. El combate es una parte del entrenamiento, pero cada tipo de objetivo del entrenamiento requiere un tipo diferente de modelo combativo entrenable.
Es importante entender que al combatir en la sala no estamos compitiendo con un oponente, no estamos ganando a nadie, no estamos demostrando nada, nada de lo que ocurre es similar a la cruda realidad de un combate por la vida. En el combate de entrenamiento estamos, sobre todo, generando respuestas y preguntas sobre nuestro potencial en un alto volumen de intensidad; nos aproximamos levemente a la realidad explosiva e imprevisible de la lucha. Estamos, aunque parezca redundante de nuevo, explorando una similitud diferente de la realidad, una realidad que siempre resulta más cruel y ambigua.
Con motivo de esta situación pandémica, nos hemos visto obligados a eliminar, aunque yo prefiero decir «posponer», este elemento de la ecuación. Algunos de los que añoran los momentos del combate en la sala deben comprender que este es una parte de un todo mucho más amplio, una parte que no puede ser eliminada, pero sí pospuesta o adaptada.
En el combate se expresan las cualidades y habilidades adquiridas en el trabajo técnico repetitivo. Es un medio de expresar o de evaluar lo que hemos conseguido en un trabajo de entrenamiento mantenido en el tiempo y realizado con lógica, inteligencia, reflexión y dirección. El combate no es un momento para desfogar las tensiones aparentes del día, este nunca ha sido el objetivo final de la práctica marcial.
Es fundamental entender esto para comprender las diferencias que existen entre un deporte de contacto y una práctica marcial tradicional. Los que añoran este contexto, con estos fines puramente físicos, deben reflexionar si lo que desean es una práctica transformadora o un simple deporte luchatorio, esta reflexión puede aclarar muchas cosas y redefinir hacia dónde deben dirigir su energía.
La práctica marcial es un viaje hacia el interior. El combate es también un medio para encontrar y gestionar cosas en el interior que normalmente no afloran. No discuto lo divertido de la lucha, su intensidad física, la curiosidad de explorar un contexto mutable tan intenso y volátil, sin embargo, no puedo dejar de sorprenderme de esta urgencia cuando apenas se han conseguido transferir a ese contexto con efectividad técnicas tan básicas como una simple patada semicircular o mantener una guardia en su sitio.
Vivimos tiempos complicados por culpa de estas restricciones, por culpa de tener que entrenar con mascarillas, a menor intensidad, con menos aforo en las escuelas. Tenemos que asumir una realidad mucho más impactante que la del combate, una realidad que cuesta vidas y que establece medidas, más o menos acertadas, que nos obligan a modificar nuestra operativa habitual en el entrenamiento.
Sin embargo, como artistas marciales comprometidos con nuestra vía, tenemos que examinar por qué y dónde buscamos los pretextos para el descontento. Tenemos que descubrir y comprender por qué no termina el arte marcial de adaptarse a nosotros o a nuestras apetencias; quizá el proceso no ocurra precisamente en esa dirección.
Ahora tenemos una oportunidad maravillosa de poner orden en algunas cosas, de mejorar la condición física en general, de mejorar la técnica, de reflexionar por qué seguimos perdiendo el eje en un simple giro que cualquier niño de 10 años realiza a la perfección. Podemos mejorar una flexibilidad que siempre parece imposible precisamente por la ausencia de un esfuerzo mantenido para desarrollarla, podemos recordar los detalles que nos hacen disfrutar una ejecución de una forma con la intensidad, sonoridad y estructura apropiada. Ahora podemos escuchar la dirección del profesor que nos propone un avance meditado, reflexionado y con garantías de progresión.
Adaptarse es complicado cuando nada dentro de nosotros está dispuesto a asumir la necesidad de transformación que la práctica nos exige. Si pretendemos que lo que llamamos «adaptación» sea algo que ocurre fuera de nosotros estamos completamente equivocados, las cosas no funcionan así. Es tan solo en nuestro interior donde podemos cambiar algo de nuestra realidad inmediata. El combate puede esperar, el trabajo de base, el estudio de la técnica, la comprensión de lo que hacemos y de nuestro verdadero nivel, no admite esperas.
Salir molido a palos de una clase, con dolores, hematomas, rabia o insatisfacción no significa entrenamiento de calidad. Significa que seguimos sin entender de qué va esto del combate y por qué podemos posponerlo mientras ponemos a punto todo aquello que nos lleva tanto tiempo fallando.
Este estudio, esta práctica, debe mantenerse activa en el tiempo para que, cuando todo esto pase, nuestros combates sean un verdadero ejercicio de virtud técnica, de precisión, de control y de realismo, más que una muestra de mera ferocidad injustificada dado el contexto. Es inevitable que las cosas vuelvan a su cauce de una forma u otra, pero de momento debemos aprender a esperar.
El combate debe hacerse, es fundamental, es una de las claves que permite articular todo el proceso técnico, pero de momento tenemos que aprender a esperar, algo que también es un factor deficitario en una sociedad acostumbrado a lo inmediato. Por eso es preciso reflexionar y poner en práctica algunos de los eternos consejos de nuestra vía:
Constancia, asistiendo a las clases con puntualidad y continuidad. Paciencia, sabiendo poner el foco en lo que toca en cada momento. Fomentar el respeto hacia los maestros, aprendiendo a comprender el sentido real de la práctica sin confundirla con un mero ejercicio de desfogue. Inteligencia, para que el ego no se sobreponga a la visión correcta de nuestros objetivos. Valor, para comprender que la defensa de la vida no depende, exclusivamente, de nuestros combates en la sala y sí de mantener vivos todos los valores que he citado anteriormente en este párrafo.
Quizá ahora es el momento en el que podemos pararnos a pensar en todo esto y descubrir si lo que queremos es estudiar y desarrollar un arte marcial tradicional, o si tenemos que cambiar a otro tipo de práctica con menos exigencia interior.
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