Dragones. ¿Existen o no? Entrada 2
- Francisco J. Soriano

- hace 12 minutos
- 8 Min. de lectura

Retomamos en esta entrada el análisis del cuento There’s No Such Thing as a Dragon, de Jack Kent. Como ya anticipábamos en la entrada anterior de esta serie, detrás de esta historia encontramos una metáfora muy interesante sobre la afirmación de que lo que se niega crece. Y lo que crece sin ser atendido acaba ocupando todos los espacios de la vida cotidiana. Con los niños sucede lo mismo cuando no se reconoce con claridad una emoción o no se verbaliza un miedo, es decir, cuando ignoramos alguna necesidad que como familiares o educadores deberíamos tener en cuenta. Es una ley latente del desarrollo emocional y un recordatorio especialmente importante para quienes trabajamos en la educación marcial infantil.
Por este motivo veo tan útil esta historia, porque en realidad no habla de dragones, sino de escucha activa, de comprensión y de estar verdaderamente presentes y atentos a las peculiares formas de comunicación cuando el cerebro no ha madurado lo suficiente. Trata de que aprendamos a ver a los niños tal como son y cómo construyen su mundo en un lenguaje e imágenes que nosotros hemos olvidado, borrado u obviado en nuestra maduración como personas.
Para sacarle más jugo a la historia, me gustaría plantear tres ángulos complementarios de análisis: el narrativo, el psicológico y el pedagógico.

Un dragón pequeño que solo quiere ser visto
La historia comienza con Billy Bixbee encontrándose un dragón del tamaño de un gatito. Es curioso, amable y tranquilo. No representa ninguna amenaza. Jack Kent lo ilustra con una expresión casi tímida, como si estuviese esperando el permiso para existir. La reacción del niño es muy natural y lo acepta tal como aparece, integrándolo en su mundo sin ninguna dificultad.
Cuando la madre afirma que «no existen los dragones», podemos comprender inmediatamente que no está negando un hecho fantástico, sino negando la vivencia sincera del niño que lo percibe y que lo ha integrado en su mundo interior. Esta negación actúa como un detonante y el dragón, que aparece en el cuento dolido o confundido, comienza a crecer. No lo hace con violencia ni rebeldía o ira, tan solo comienza a ocupar cada vez más espacio dentro de la casa. Cada centímetro adicional que va invadiendo simboliza una emoción infantil que no encuentra destinatario en el mundo adulto. Un mundo blindado a cualquier simbolismo que escape de esa racionalidad rígida a la que tendemos cuando queremos distinguir la realidad de la fantasía.
No está negando un hecho fantástico, sino negando la vivencia sincera del niño que lo percibe y que lo ha integrado en su mundo interior
El crecimiento del dragón es gradual. Al principio, apenas interfiere, pero más tarde ocupa habitaciones enteras de la casa hasta transformarla en un objeto que termina arrastrando con su cuerpo. Finalmente, se vuelve tan grande que resulta imposible de ignorar, por más que se hagan oídos sordos a esa extraña realidad desde el comienzo. En cada etapa, Billy intentó comunicar la situación sin éxito.
Esta historia nos recuerda que, si un niño intenta expresar algo importante y no recibe la atención ni el reconocimiento que necesita, su necesidad crece..

La función psicológica del dragón
Desde la psicología del desarrollo, especialmente desde las perspectivas contemporáneas sobre la regulación emocional, este cuento funciona como una representación precisa de lo que ocurre cuando una emoción infantil no encuentra un lenguaje efectivo para expresarse.
Los niños pequeños todavía no disponen de herramientas cognitivas complejas para regular estados emocionales intensos. Dependen de los adultos para que sus sensaciones sean nombradas y validadas. Cuando un niño siente miedo, frustración o tristeza, y el adulto responde con frases como «no pasa nada», «no tengas miedo», «no es para tanto», o el clásico «eso no existe», se produce un choque entre su experiencia interna y el juicio externo que le llega desde el adulto. El niño aprende que lo que siente, o no es del todo real o que no merece atención. La consecuencia de este aprendizaje es que la emoción aumentará y se volverá más intensa, más incómoda y difícil de gestionar.
Este cuento funciona como una representación precisa de lo que ocurre cuando una emoción infantil no encuentra un lenguaje efectivo para expresarse.
El dragón simboliza aquí con claridad todo este proceso. Su crecimiento no es agresivo, sino que es proporcional a la negación que va recibiendo de su existencia. Y su reducción final, es decir, cuando recupera su tamaño, plantea que una de las vías para calmar las emociones es su reconocimiento por parte del niño gracias al diálogo con los padres, que no niegan a priori su estado. Cuando la madre finalmente admite: «Creo que sí hay un dragón», el dragón recupera su tamaño original, pero no desaparece, se integra y se vuelve verdaderamente manejable sin interferir en la vida de la casa.
Este mensaje es esencial en la educación marcial infantil. La práctica del kung fu para los más pequeños no consiste únicamente en aprender movimientos, técnicas o habilidades motrices. Es un espacio donde también se trabaja con el cuerpo como canal de integración emocional, lo que requiere que los adultos que enseñan sean capaces de ver y reconocer lo que el niño siente a partir de su forma particular de comunicárnoslo en gestos, movimiento y actitudes.

La mirada pedagógica
Desde esta perspectiva educativa, el cuento puede interpretarse como una instrucción clara de por dónde comienza un tipo de acompañamiento «afectivo/efectivo». Nos recuerda que los niños no necesitan que resolvamos sus emociones por ellos, sino que las reconozcamos y les ayudemos a identificarlas, teniendo en cuenta la etapa del desarrollo en la que se encuentran. La validación activa del adulto no elimina la emoción, pero reduce su intensidad incontrolada y permite que el niño pueda aprender a gestionarla.
Por estos motivos, creo que aplicar la historia al ámbito marcial nos puede servir para reforzar varios principios fundamentales. Entre los más importantes me gustaría destacar:
1. Nombrar lo que pasa
En el Wushuguan, los niños viven emociones constantes, algunas tan potentes como el entusiasmo, la frustración, la competitividad o la vergüenza. La práctica marcial propone que estas emociones se expresen de forma saludable, aplicando códigos y rituales de conducta que desembocan en hábitos de confrontación de lo interior. Si un niño siente miedo a un ejercicio nuevo, negar la dificultad que él puede estar percibiendo para afrontarlo solo empeorará la situación. Si lo reconocemos «veo que percibes riesgos para hacer este ejercicio. Podemos hacerlo juntos o me quedo a tu lado para ayudarte si lo necesitas».
Con esta estrategia de acompañamiento, el niño se sentirá comprendido y tendrá a mano esa seguridad externa que su inteligencia le está pidiendo, lo cual es indicativo de que los mecanismos de percepción del riesgo y de orientación inteligente hacia él funcionan de maravilla. En lo más profundo de su pensamiento, asume o cree que no dispone de la solidez necesaria para arriesgarse en algo sin menoscabos.
Negar la dificultad que puede estar percibiendo para afrontarlo solo empeorará la situación.
2. Asumir que toda emoción es legítima
Igual que el dragón no desaparece en el contexto del cuento, las emociones tampoco lo hacen en la vida real. Una clase infantil puede convertirse en un espacio donde el niño aprende que frustrarse es parte del proceso y que sentirse vulnerable no es un fallo, sino un paso hacia la fortaleza interior que intenta desarrollar con su entrenamiento.
Un simple «tienes razón, este tipo de situaciones pueden generar enfado si lo vemos solo desde una perspectiva. Vamos a ver cómo lo afrontamos desde otra, para que no nos moleste». Un enfoque que enseña a cambiar la perspectiva frente a los problemas y poder encontrar ahí las soluciones necesarias. La práctica marcial es, en esencia, un sistema complejo de resolución de problemas bajo presión física y psicológica.
El niño aprende que frustrarse es parte del proceso y que sentirse vulnerable no es un fallo.
3. Evitar el juicio excesivo
Podemos toparnos con el error más común de juzgar demasiado rápido. Cuando, como adultos, declaramos «eso no es nada», igual que la madre del cuento, empujamos al pequeño o la pequeña hacia una autopercepción inestable. Lo que les decimos y nos cuentan no cuadra, hay una cierta disonancia y eso desestabiliza su seguridad sobre cómo entiende lo que está sintiendo. La práctica marcial es un modelo que nos invita a observar antes de intervenir, a escuchar bien antes de corregir algo y acompañar al otro antes de exigirle algo sin tenerlo en cuenta. En última instancia, es un juego de equilibrio en la intervención hacia el alumno, que exige una clara visión de la situación y los efectos que conlleva no tener en cuenta la percepción del otro.
Observar antes de intervenir, escuchar bien antes de corregir algo y acompañar al otro antes de exigirle algo sin tenerlo en cuenta
4. Comprender que la atención es una necesidad legítima
Muchas veces, un «dragón» creciente no es otra cosa que un niño que busca ser visto. El cuento normaliza esa necesidad y la sitúa en un marco comprensible para los pequeños. Muchos «cachorros humanos» (dicho con todo el cariño del mundo) no tienen esa sensación de importancia o de relevancia que deberían suscitar en sus progenitores. Pueden sentir que su mundo no tiene importancia en el mundo del adulto o que sus cosas son del todo irrelevantes.

Por desgracia vivimos una época en la que la batalla por la atención ha llegado hasta este punto del absurdo. Un niño puede sentir la soledad más profunda en un contexto acompañado. Me refiero a cuando, en presencia de sus padres, ve que estos están mirando sus redes sociales en el smartphone, obviando la posibilidad maravillosa que tienen de compartir ese momento con su hijo. No quiero decir con esto que sea así en todos los casos, ni mucho menos, pero es posible que determinadas actitudes infantiles extremadamente molestas tengan su origen en situaciones como estas.
También es probable que ocurra todo lo contrario y sea la percepción del niño la única que se tiene en cuenta en el seno de la familia. En ambos casos, tanto por defecto como por exceso, estaríamos desequilibrando nuestra acción saludable de acompañamiento.
Un niño puede sentir la soledad más profunda en un contexto acompañado.
La práctica del kung fu infantil es, ante todo, un entrenamiento en presencia. La presencia del pie en el suelo, de la respiración o de las miradas y gestos. Y también la presencia «absoluta» del adulto. Cuando un niño siente que el profesor o padre está realmente ahí, de forma auténtica, su seguridad aumenta muchísimo. El dragón del cuento se reduce con una sola frase: «Sí, existe». En un clase marcial como las nuestras quizá eso signifique un simple «te estoy viendo», «estoy contigo» o «vamos a verlos juntos paso a paso».
En última instancia, podemos ver que el cuento no reparte culpas, ni para el niño ni para el adulto. No sermonea, tan solo presenta una situación y deja que el lector comprenda la lógica interna que la desmonta. Este tipo de narrativas son especialmente útiles para niños pequeños, que aprenden mediante imágenes y metáforas más que a través de explicaciones abstractas.

Ceo que, para las familias que forman parte de nuestros programas, este libro puede ser una herramienta útil porque es fácil de leer y de comprender, incluso para la más pequeños. Es un pretexto magnífico para tratar el tema de las emociones y el diálogo con ellos, sin enfrascarse en densidades absurdas para un niño y, sobre todo, para abordar preguntas de este tipo:
“¿Tienes algún dragón pequeño hoy?”
“¿Qué cosas se hacen más grandes cuando no las decimos?”
“¿Qué necesitaría tu dragón para encogerse un poco?”
Estas preguntas, con el contexto prefijado en una lectura conjunta del cuento, nos pueden ayudar a que nuestros pequeños expresen estados internos de manera simbólica y que podamos actuar de una forma más útil para ellos en nuestras responsabilidades formativas, educacionales y afectivas.
Las ilustraciones mostradas en esta entrada no son copias o ilustraciones del autor del cuento, los derechos pertenecen al autor de la entrada. Solo tratan de guiar el mensaje que pretendemos exponer. Recomendamos a los lectores que adquieran el cuento, cuyo enlace de compra aparece vinculado en el título de la obra.
























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