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¿Qué diría Confucio de nuestra incapacidad para el diálogo constructivo?

confucio hablando con amigos

¿Tienes la sensación de que las conversaciones sobre temas importantes se han vuelto imposibles? Parece que vivimos en un campo de batalla de opiniones, donde cada uno se atrinchera en su posición, grita sus argumentos y nadie escucha realmente al otro. Los debates en redes sociales o las cenas familiares a menudo terminan de forma frustrante o conflictiva, con la amarga sensación de que el diálogo constructivo ha muerto definitivamente.


Personalmente creo que el problema no está en las ideas de los demás, sino en cómo hemos llegado a entender el propósito mismo de conversar o debatir. Quizás hemos malinterpretado la naturaleza de la «lucha de ideas», convirtiéndola en una competición por la victoria sobre el otro, por imponer nuestras tesis, en lugar de interpretarlo como la herramienta fundamental para el avance colectivo.


En esta entrada me gustaría explorar y compartir cuatro ideas clave, extraídas de una reflexión personal sobre el pensamiento confuciano respecto a la comunicación entre las personas en la sociedad. Creo que pueden, de algún modo, agitar las perspectivas y crear fisuras en las que sembrar las semillas de la concordia que tanto necesitamos cultivar. Algunas de ellas son ideas incómodas, porque obligan a mirar nuestro propio ego y nuestras inseguridades, pero las considero fundamentales para empezar a hablar de nuevo y que eso sirva para algo, no solo al presente, sino al futuro que parece cada vez más comprometido con el caos.


hombres hablando

1

La «confrontación de ideas» no es un combate, sino un eterno juego evolutivo


Creo que el primer error que cometemos es pensar que un debate tiene un ganador y un perdedor. El verdadero propósito del enfrentamiento entre ideas contrarias no es la victoria, sino un proceso de refinamiento. Una idea se enfrenta a su opuesta para ser afinada, matizada y alterada, pero no de cualquier manera, sino «en virtud de aquellos valores de orden superior» o principios que se identifican como más sólidos y beneficiosos para el progreso humano, en cualquiera que sea el ámbito en el que nos pretendamos mover. Es una mejora colaborativa global, no una aniquilación de los preceptos de nuestro opositor.

Una idea se enfrenta a su opuesta para ser afinada, matizada y alterada, pero no de cualquier manera

Confucio sostenía que el hombre noble (junzi) se distingue del hombre pequeño (xiaoren) porque no busca vencer al otro, sino perfeccionarse a sí mismo en la relación con los demás. En los Analectas (15:21), se dice: «El hombre noble se armoniza con los demás, pero no se conforma; el hombre vulgar se conforma con los demás, pero no se armoniza». Esta enseñanza puede iluminarnos la idea de que el debate no debería ser un campo de batalla donde se impone una voz, sino un espacio de armonización que, al mismo tiempo, nos ayuda a preservar la diversidad, lo que garantiza de algún modo el progreso. La oposición de ideas es, desde esta perspectiva, una oportunidad de avanzar hacia un orden superior que no busca anular a nuestro interlocutor, sino que lo eleva con uno mismo en un proceso de mutuo perfeccionamiento.


Este enfoque es totalmente contraintuitivo en nuestra cultura, que celebra la victoria sobre el otro y penaliza con inclemencia cualquier atisbo de duda. Sin embargo, ver el diálogo como una oportunidad óptima de refinamiento en lugar de un espacio de lucha y supervivencia es el primer paso para hacer que sea productivo, es decir, que sirva para algo más que para afirmar la superioridad de nuestros axiomas frente a los de nuestro interlocutor. El objetivo primordial no es que una u otra idea «gane», sino que emerja algo de mayor valor a raíz del proceso; nuevos planteamientos que aglutinen las concordancias, descarten las incoherencias y sienten las bases para un nivel superior de pensamiento compartido y sometido de nuevo, una y otra vez, al mismo proceso en cualquier ámbito de la vida.

Nuestra cultura celebra la victoria sobre el otro y penaliza con inclemencia cualquier atisbo de duda.

Se trata de que el flujo de una idea depende de las fuerzas impulsoras que surgen de este yin y yang en movimiento, una fuerza motora que nos ayudará a afinar, desviar, matizar, incrementar, reducir, evolucionar y, en definitiva, alterar su base primigenia con una voluntad de orden superior al estancamiento de lo inamovible.


hombres chinos hablando

2

El diálogo se rompe cuando se invalida a priori cualquier base de oposición


La tradición confuciana recuerda que el auténtico avance depende de cultivar la humildad y la disposición sincera a indagar en aquello que todavía permanece oculto. En los Analectas (9:28), Confucio vuelve a subrayarnos que «el hombre noble busca la verdad en sí mismo; el hombre vulgar la busca en los demás».


Parece que el diálogo se vuelve casi imposible cuando la invalidez de las premisas del otro se sustenta en conclusiones propias alcanzadas tras un trabajo intelectual riguroso. Es el punto muerto que se produce cuando una de las partes ha realizado con anterioridad una investigación sólida, crítica y sincera, deconstruyendo la idea opuesta, pieza por pieza y, además, ha corroborado su invalidez a través de una base experiencial en primera persona y compartida con terceros.


En estos escenarios, no hablaríamos de terquedad, sino de la conclusión de un trabajo exhaustivo que requiere un nivel similar de análisis para poder debatir sobre las conclusiones. Cuando un paradigma ha sido invalidado de forma tan metódica, se cierra la posibilidad de un diálogo constructivo porque ya no existe un terreno común mínimo sobre el que empezar a construir. Esta es una de las raíces más profundas de la polarización actual. Es preciso que una de las partes asuma su nivel de profundidad en el análisis, los sesgos que participan en su afianzamiento y las posibilidades de aportar algo desde su perspectiva, descartada a razón de los análisis que representan las conclusiones antagónicas, más elaboradas y profundas.

se cierra la posibilidad de un diálogo constructivo porque ya no existe un terreno común mínimo

En la actualidad, las posiciones contrapuestas entran en un rango de combate más violento y con menos posibilidades constructivas. Esto se debe a que ambos paradigmas, o incluso los dos, ya han cerrado esa posibilidad trófica basándose en premisas que, a todas luces, desde una perspectiva o desde la otra, han sido invalidadas a base de trabajo sobre ellas. Solo un grado de humildad suficiente y de proactividad en la búsqueda objetiva de «la verdad última de las cosas» permitirá establecer unas pautas de comprobación óptimas, que ayuden a canalizar las oposiciones y a descubrir qué se oculta detrás de cada impulso de negación que argumentamos.


Confucio entendía que la grandeza reside, incluso cuando la razón parece haber establecido un cierre definitivo, en dejar espacio a la construcción común de un horizonte más amplio de comprensión. En su filosofía, el junzi no se caracteriza por la obstinación sino por la capacidad de sostener la rectitud (yi) y la sinceridad (cheng) como fundamentos de su trato con los demás. En otro segmento de los Analectas (12:23) se recoge con claridad una máxima que expresa esto con contundencia: «el hombre noble desea estar libre de dudas; el hombre vulgar es propenso a discutir». Aunque podemos interpretar esto de múltiples formas, me parece que sugiere que lo esencial para el que aspira a la nobleza (valor de orden superior) no es prolongar el conflicto verbal, sino preservar una actitud que mantenga abierta la puerta a la armonía, intentando conocer en profundidad lo que el otro nos está transmitiendo.


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3

El ego sabotea el debate para proteger la propia seguridad


A menudo, el mayor obstáculo en un debate no es la lógica del oponente, sino nuestro propio ego y su necesidad constante de consolidación. Nos aferramos a nuestras ideas no solo por convicción intelectual, sino porque se han convertido en pilares de nuestra propia identidad. Aportan solidez a nuestro «constructo narrativo interior» y contribuyen a dotarnos de un «mínimo grado de seguridad» para navegar el mundo.


Por eso, cuando alguien ataca una de nuestras creencias fundamentales, no sentimos que se pone en tela de juicio amistoso una idea, sino que se nos ataca directamente a nosotros. La reacción natural es una resistencia feroz para ceder, porque sentimos de algún modo que abandonar esa idea es como perder una parte de nosotros mismos. Este secuestro egóico transforma una oportunidad de aprendizaje y de contribución colectiva en una batalla por la supervivencia de los pilares ocultos de nuestra identidad, impidiendo con ello cualquier progreso real que se pretenda.


Creo que la rectificación interior, ese «dominio de sí» que Confucio describe como condición del cultivo de la virtud, es el antídoto contra esta confusión entre idea e identidad. Solo separando la dignidad personal de la suerte de una proposición intelectual podremos ser realmente objetivos y discernir con precisión. De ahí que Confucio insista en que la sinceridad (cheng) y la rectitud (yi) son soportes prácticos para que la conversación humana no se convierta en una mera pelea de palabras vacías inamovibles.


La respuesta confuciana a este predominio del ego sería, pues, la de regresar al orden del li, el ritual entendido como disciplina que nos entrena a colocar al otro en un lugar de respeto y a moderar la propia vehemencia frente a él. El li protege al interlocutor y, al mismo tiempo, nos protege de nuestras propias pasiones tendentes al descontrol. Allí donde el yo se siente amenazado, el junzi reconoce la ocasión de girar la mirada hacia el interior para interrogarse con humildad, recordando con ello que el sentido último de la palabra debería ser la armonización. Desde esta perspectiva, creo que la solución confuciana no pasaría nunca por sofocar la discrepancia, ni por buscar consensos forzados, sino por sostener un espacio donde cada interlocutor acepte que lo esencial en el debate es ganar claridad y rectitud en la relación.

regresar al orden del li, el ritual entendido como disciplina que nos entrena a colocar al otro en un lugar de respeto

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4

Una sociedad solo avanza si sus ideas se ponen a prueba constantemente


Ampliando la perspectiva, cualquier mecanismo que articule un diálogo amistoso y respetuoso es el motor de cualquier forma de progreso colectivo. Creo profundamente que el avance de una sociedad no es más que el avance de sus mejores ideas, y estas solo pueden mejorar si se someten a un estrés que garantice, sin destruirlas, un contraste continuo de perfeccionamiento. Es un gigantesco proceso de ensayo y error para descubrir qué ideas benefician al conjunto, pero manteniendo un equilibrio crucial: que el individuo no necesite deteriorarse en su núcleo para aceptar conceptos que no comprende o que no puede integrar sin violentar sus propios principios.


Deduzco de todo esto que ese tipo de diálogo solo puede darse en personas que no están sometidas a ideologías paralizantes, estructuras fijas de pensamiento en las que se han instalado, deteniendo con ello su proceso de indagación y desarrollo personal. En esos casos, el ego será un enemigo infatigable de la verdad y se opondrá a realizar cualquier esfuerzo que pueda conllevar un daño o destrozo, aunque parcial, del autoconcepto nuclear del individuo.

lo esencial en el debate es ganar claridad y rectitud en la relación.

El verdadero peligro para cualquier cultura es dejar de cuestionar con argumentos de orden superior[1] sus propias bases, aceptando «ideologías como memes heredados» sin someterlas a un análisis crítico. Cuando las ideas se convierten en dogmas intocables, la sociedad se acaba estancando y degenerando en todas las putrefacciones que lastiman el alma de lo humano, algo que, por desgracia, no paramos de ver en nuestros días. El progreso exige que estemos dispuestos a poner a prueba incluso nuestras creencias más arraigadas.


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Reconstruir el debate empieza en nosotros


Para salir del punto muerto actual, necesitamos un profundo cambio de paradigma. Debemos dejar de ver el debate como una batalla personal por la razón y empezar a verlo como lo que es: una herramienta indispensable para el refinamiento colectivo de las ideas. No se trata de ganar, sino de construir juntos algo superior a nuestras posturas individuales. No se trata de un consenso limitante, sino de articular un proceso de diálogo que nos permita someter a la forja de lo indiscutible de ambas ideas, depurándolas antes de su unión para gestar algo mejor, algo nuevo emergiendo de la unión de esas dos purificaciones intelectuales.

un gigantesco proceso de ensayo y error para descubrir qué ideas benefician al conjunto

Creo de forma particular que esta transformación debería empezar por reorientar el propósito de la educación. Podríamos fomentar el pensamiento crítico en nuestros menores, evitando que lo relacionen con una mera herramienta para la competencia social, «para resaltar o escalar puestos», y que lo vean como el pilar fundamental para construir una verdadera identidad sólida, flexible, respetuosa y constructiva para ellos y su sociedad de convivencia. Su verdadero fin debería ser la configuración saludable y estable de elementos tan importantes para su plenitud como son la autoestima, un autoconcepto sincero y preciso o, entre otros muchos aspectos personales, la autopercepción sin maquillajes irreales.


Creo que esto permitiría progresar a la sociedad a hombros de individuos nuevos, personas cuya seguridad interna no dependa de tener siempre la razón, que no se desmoronen cuando sus ideas son superadas por otras mejores, en las que siempre pueden aportar un matiz para mejorarla si se prestan a ello con humildad, sinceridad y un verdadero anhelo de verdad.


[1] Tendremos que abordar este término en una entrada complementaria dada su dificultad ya que, el término «orden superior» puede tener interpretaciones muy dispares según el contexto, tiempo, personas y objetivos del pensamiento.

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