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Colorear y entrenar la mente, dos caminos paralelos.


mujer coloreando

Siempre he tenido una cierta afinidad por la pintura y el dibujo, aunque no me dedique a ello. Quizá, es más un eco de la nostalgia de mis tempranos recuerdos, siempre gratos y llenos de ilusión, en los que me veo dibujando en mi habitación absorto por completo en ello. Hoy parece que el tiempo y las circunstancias se alían para que no quede un pequeño fragmento del día en el que poder revivir estas sensaciones con plenitud. Empiezo a pensar que esto que llamamos maduración no tiene tantas ventajas como presuponía; perdemos demasiadas cosas importantes por el camino o, quizá, la mera posibilidad de realizarlas.


Pese a este déficit de tiempo, siempre guardo la esperanza de encontrar esos momentos más adelante o, simplemente, de sustituir hábitos para ganar opciones, es decir, de orientar la energía en esa dirección más que en otras no tan productivas, desplazando todo aquello que no ayuda a la construcción del espíritu. Aunque siento que el concepto de «productividad» erosiona muchos aspectos de la vida de cualquier persona adulta, también creo que podemos reorientar esa búsqueda de lo productivo con la intención de que se convierta en un motor de empuje hacia nuestra construcción interior.


El caso es que, con estas reflexiones en mente, me encontré en estas vacaciones a algunos miembros de mi familia sentados en una mesa del patio coloreando algunos cuadernos de dibujo en blanco y negro. Esa energía de grupo concentrado permanecía en el aire, creando una atmósfera de calma y tranquilidad muy sugerente, que me hacía revivir esos anhelos que citaba al comienzo de esta entrada. Es algo que, quizá de forma más tangencial, también percibo a trazos en nuestra convivencia diaria en Fluxus con dos escuelas que se dedican al delicado arte de pintar pequeñas figuras de fantasía, una verdadera forma de unir afición con arte y desarrollo interior.


Fruto de estas divagaciones, no me quedó otra que profundizar un poco más en el tema para ver otros estratos de utilidad para nuestra práctica (volvemos a la productividad) y cómo integrarlo de una forma accesible en el marco de mis acciones cotidianas, si es que eso era posible. En esta entrada hablo de lo que he encontrado y de cómo, a raíz de esta sensación, estas cuestiones y el resultado de esta pequeña pero intensa investigación, surge la idea de Los cuadernos del Dao, una opción construida a título personal para sumergirme en estos procesos. Aquí está el resultado.


libro Los colores del dao

Colorear y entrenar la mente

Reproducir colores desde un modelo de referencia implica un encadenado de complejas operaciones internas. Operaciones que incluyen el análisis perceptivo del estímulo de referencia, la construcción de una representación interna de la paleta de colores y de sus gradientes, una comparación continua con el trazo propio, con una corrección de error y estabilización de la atención durante minutos u horas. En realidad, se trata de una tarea de precisión perceptivo-motora guiada por metas que compromete al mismo tiempo la percepción, la memoria de trabajo, funciones ejecutivas, un control motor fino y, por supuesto, una constante regulación emocional.


Para «ver» el color como lo necesita la mano, el sistema visual realiza segmentación de superficies, extrayendo los bordes y evaluando las relaciones de luminancia y tono bajo el fenómeno de «constancia de color»[1]. La atención visual ajusta su «foco» a parches planteados en la mente con límites concretos, filtrando distractores y amplificando la señal más relevante. En términos de redes neuronales, la dorsal[2] sostiene el «dónde/cómo» para guiar el movimiento dentro de contornos y la ventral[3] refina el «qué» para identificar los matices, saturaciones y transiciones correctas.

se trata de una tarea de precisión perceptivo-motora guiada por metas

Por otro lado, mantener el tono objetivo mientras mezclamos pigmentos nos exige una importante memoria de trabajo visoespacial. El cerebro conserva una «huella» del color objetivo y la contrasta con el trazo que vamos aplicando muchas veces por minuto. Este ciclo percepción-retención-comparación recluta la corteza prefrontal y parietal, que actúan como mesa de control para sostener los criterios de calidad que aplicamos y actualizar las decisiones que vamos tomando («un poco más de negro», «rebajar la saturación»).

niños coloreando
Descargar cuaderno infantil para dibujar y colorear

Aunque no nos lo parezca, la mano va coloreando al ritmo de un modelo predictivo. Antes de posar el lápiz en el papel, ya existe una expectativa sobre el resultado que podemos obtener. Cada nuevo trazo que aplicamos generará una señal de error que viajará por los circuitos fronto-parietales y cerebelosos. Ese error, cuando es moderado, afina de forma automática el modelo y produce lo que denominamos aprendizaje procedimental, algo muy similar a lo que ocurre cuando nos enfrascamos en optimizar la ejecución de un Taolu. Con el tiempo, empezamos a mejorar la calibración ojo-mano y se reduce de forma objetiva la variabilidad del trazo.


Otro aspecto importante del proceso es que, al intentar colorear con precisión, ajustamos y entrenamos la pinza digital, aplicando un control de la presión y de la dirección del trazo, realizando macroajustes de muñeca y dedos. La propiocepción nos aporta un feedback continuo sobre la presión y la velocidad. En definitiva, se trata de un bucle sensoriomotor que incrementa la resolución del «mapa» somatosensorial de los dedos y fortalece importantes sinergias musculares eficientes. La mejora no es solo mecánica ya que también crece la sensibilidad para detectar micro-diferencias de textura del papel que afectan a la respuesta del pigmento, un nivel extremadamente fino de lo que denominamos en nuestra práctica Ting Jing (聽勁) o, potencia de escucha.

Ese error, cuando es moderado, afina de forma automática el modelo y produce lo que denominamos aprendizaje procedimental.

Y quizá, uno de los mayores beneficios de esta actividad es que, al mantenerla de forma prolongada, se estabilizan las redes de control atencional y se reduce la intrusión de la red por defecto. En la práctica, esto es de una utilidad sin precedentes en nuestro «mundo apantallado», que comenzamos a percibir con menor rumiación y mayor inmersión.


El ajuste fino de dificultad, es decir, que exija correcciones alcanzables, facilita los denominados estados de flujo, en los que se regulan con eficiencia la noradrenalina y la dopamina. Cuando el objetivo de colorear es claro, asumimos la actividad estabilizando de forma casi autónoma la respiración y suavizamos la variabilidad autonómica. Disminuimos la hiper-vigilancia, mejorando la tolerancia a la frustración dado que el sistema de recompensa registrará avances visibles con una alta densidad de feedback. La experiencia de ir acumulando logros será un pilar fundamental de nuestra fuerza en términos de autoeficacia, motivación y foco.

monje

Aunque no se trata de hacer algo «perfecto», cuando intentamos igualar una paleta concreta de colores afinamos la sensibilidad a las diferencias de tono y saturación que, muy probablemente, antes pasaban desapercibidas. Con ello aumentamos la granularidad de las categorías perceptivas[4] y mejoramos la discriminación de relaciones relativas, un proceso de enorme utilidad para nuestro entrenamiento visual ya que, aunque este aprendizaje perceptivo es específico, se transfiere en parte a otras tareas visuales de análisis de detalle. El mismo rojo se percibe distinto según el entorno. Tratar de igualarlo con precisión permite entrenar al cerebro en comparar relaciones locales, no colores absolutos. Esta sensibilidad contextual consolida la constancia perceptiva y nos enseña a razonar en términos relacionales, otro recurso de gran utilidad para el análisis atencional en la lectura, la música o las técnicas del arte que practicamos.

La experiencia de ir acumulando logros será un pilar fundamental de nuestra fuerza en términos de autoeficacia, motivación y foco.

Es igualmente sorprendente cómo puede influir algo, en apariencia, tan simple en términos de planificación y pensamiento estratégico. Replicar una ilustración obliga a planificar por estratos en los que abordamos primero áreas grandes, luego sombras, después reflejos y, por último, los bordes. Esa jerarquía introduce un marco ejecutivo que ordena la acción, previene improvisaciones que pueden ser costosas en términos temporales y entrena la inhibición de los impulsos en favor de secuencias óptimas más duraderas. Con todo ello, generalizamos el hábito de descomponer metas complejas en pasos que se pueden ordenar y verificar, mejorando con ello la gestión del foco en otros contextos no artísticos.


En términos metacognitivos, vemos como el colorear basándonos en un dibujo de referencia fuerza la dirección de la evaluación hacia los procesos y no hacia los resultados de forma exclusiva. El cerebro aprenderá a preguntarse «qué decisión produjo este error» y ajustará su estrategia antes del siguiente intento. Esa metacognición práctica es uno de los mecanismos con mayor impacto sobre la calidad del foco en cualquier disciplina. El beneficio cognitivo crecerá cuando introduzcamos en la actividad un cierto grado de variabilidad controlada, es decir, cambiar intencionalmente la secuencia de capas, practicar en papeles con distinta textura, replicar paletas con limitaciones de medios, etc. Estas variaciones pueden enriquecer la experiencia e introducen esas micro-sorpresas que mantienen aprendizaje activo sin romper la concentración.

El beneficio cognitivo crecerá cuando introduzcamos en la actividad un cierto grado de variabilidad controlada.

No obstante, hay siempre que prestar atención a cualquier posible elemento negativo de todo este proceso. La excesiva meticulosidad o el perfeccionismo extremadamente rígido pueden estrechar el foco en exceso. La solución pasa por alternar sesiones de coloreado en las que intentamos replicar de forma exacta, con sesiones donde exploremos variaciones conscientes como las que citamos anteriormente. El cerebro aprende así a oscilar entre convergencia y flexibilidad sin que el proceso pierda calidad por ello.


La conclusión final es que colorear intentando replicar de la forma más cercana posible una ilustración es, además de un placer para el tacto, una «gimnasia de precisión» para la mente. Integra la atención selectiva, la memoria de trabajo y la predicción y corrección de errores, todo ello dentro de un contexto emocionalmente regulado. Esa combinación fortalece el foco de una forma difícil de obtener con ejercicios puramente abstractos, ya que el ojo aprende a ver relaciones de forma más afinadas, la mano responderá con más economía a nuestras órdenes y la mente podrá focalizarse mejor reforzándola frente a las habituales interferencias.


Quizá he racionalizado en exceso todo el proceso, pero creo que ahora comprendo mejor lo que la intuición me estaba susurrando sobre todo esto y tendré una forma más clara de negociar con mi necesidad de productividad (para que me deje colorear tranquilamente un rato), aunque los beneficios se produzcan a la espalda de mi percepción inmediata.


Te invito a probarlo.


[1] Un fenómeno perceptivo por el cual percibimos los colores de los objetos como relativamente estables, aunque cambien las condiciones de iluminación.

[2] Va desde la corteza visual primaria hacia el lóbulo parietal, y se especializa en procesar la posición, el movimiento y la coordinación visomotora. Es la que permite guiar la mano con precisión dentro de los contornos cuando coloreamos.

[3] Va desde la corteza visual primaria hacia el lóbulo temporal inferior, y se encarga de reconocer objetos, formas, colores y matices. Es la que te permite identificar el tono exacto que estás intentando reproducir.

[4] El nivel de detalle con el que el cerebro distingue y clasifica los estímulos que percibe.

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