De elixires y espíritus: la alquimia taoísta y el origen místico del uso de sustancias en China
- Francisco J. Soriano
- 5 oct
- 6 Min. de lectura

En esta serie de tres entradas examinaremos de forma rigurosa la relación histórica entre sustancias psicoactivas, prácticas espirituales y la cultura marcial en China. A partir de un análisis sinológico y etnofarmacológico, veremos en primer lugar la evolución del uso de compuestos alquímicos en el taoísmo, desde la manipulación externa de minerales tóxicos hasta el cultivo interno del qì como vía de transformación. En la segunda entrada profundizaremos en el uso médico y funcional de preparados tradicionales en el entrenamiento marcial, con especial atención a los linimentos para traumas aplicados al endurecimiento corporal. Ya en la tercera, veremos algunas teorías sobre el papel de ciertas sustancias en los rituales de iniciación de sociedades secretas como el Tiāndìhuì, así como el contraste con la mística colectiva de movimientos como la Rebelión bóxer, donde la alteración de la conciencia se lograba sin intervención farmacológica.
En cada una de las entregas buscaremos reconstruir un marco histórico coherente y exento de mitificaciones, que nos permita una visión de conjunto sobre el fenómeno y un posicionamiento crítico frente a rituales e historias que, aunque no tengan ya justificación alguna en el mundo del siglo XXI, siguen promulgándose desde entornos de difusión marcial poco rigurosos con la realidad de las cosas.
En la historia china, el empleo de sustancias con propiedades psicoactivas o farmacológicas no puede entenderse sin atender al marco doctrinal que las promovía. Estos compuestos, ingeridos y combinados con diferentes rituales y procedimientos místicos, constituían herramientas esenciales dentro de la búsqueda de longevidad, la purificación interna y una forma directa de conexión con el orden cósmico. La práctica alquímica, en sus diversas formas, evidencia un interés ancestral por la articulación entre fisiología, cosmología y trascendencia, elementos que dependían del cuerpo, cuyas doctrinas presentaban a la materia como el vehículo que permitía la verdadera transformación espiritual.

La alquimia externa (Wàidān) y el problema de la toxicidad
En los siglos previos a la consolidación del taoísmo como religión organizada, los primeros registros históricos ya recogen la existencia de fórmulas alquímicas destinadas a prolongar la vida o alcanzar la inmortalidad. Estas prácticas, denominadas Wàidān, se basaban en la transmutación de metales y minerales, en particular compuestos como el cinabrio (sulfuro de mercurio), el plomo o el oro refinado.
Desde la dinastía Han hasta el periodo Tang, el consumo de estos preparados fue común en ciertos círculos de poder. Numerosos emperadores patrocinaron a alquimistas con la esperanza de alcanzar la inmortalidad física. Sin embargo, la evidencia arqueológica y documental confirma que muchas de estas prácticas derivaron en envenenamientos sistémicos y en muertes prematuras de aquellos que ingerían estos compuestos. El intento de incorporar sustancias extremadamente tóxicas al organismo reveló una contradicción entre la finalidad espiritual de la alquimia y los medios materiales empleados para alcanzarla.
Muchas de estas prácticas derivaron en envenenamientos sistémicos y en muertes prematuras.
Algunos teóricos taoístas, ante la evidencia del fracaso clínico de estos elixires, formularon hipótesis como la «muerte temporal» (zànsǐ) o la preservación corporal mediante metales pesados, pero dichas formulaciones responden más a una racionalización post hoc que a un cuerpo doctrinal coherente. En términos epistemológicos, podemos afirmar que el Wàidān representa un modelo de experimentación espiritual de alto riesgo y escasa eficacia sostenida.

La transición hacia la alquimia interna (Nèidān)
A partir del siglo IX, y de forma más consolidada durante el periodo Song, se observa un desplazamiento doctrinal hacia la práctica de la alquimia interna (Nèidān,). Esta modalidad reconfigura el cuerpo humano como laboratorio de transformación. La Esencia (jīng), la Energía (qì) y el Espíritu (shén) se constituyen como las materias primas del proceso alquímico, y las técnicas de meditación, respiración controlada y circulación energética sustituyen al uso de sustancias externas.
La esencia (jīng), la energía (qì) y el espíritu (shén) se constituyen como las materias primas del proceso alquímico,
El cuerpo, según esta visión, debe refinar sus componentes internos mediante procesos prolongados de cultivo personal. La práctica de qìgōng, el desarrollo del dāntián, y el uso de visualizaciones y técnicas de cierre energético, responden a una lógica de interiorización progresiva de múltiples elementos configurativos de la persona. La longevidad se vincula, en este marco, a un estado de equilibrio dinámico entre estructura corporal, flujo energético y claridad mental. El abandono de los metales tóxicos no responde únicamente a una cuestión práctica, sino a una reformulación del principio de correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos, no sin cierto impulso provocado por la experimentación fallida de etapas anteriores.
El estatus espiritual de ciertas sustancias: la clasificación Běncǎo
Paralelamente a esta transición, la tradición médica china sistematizó el conocimiento sobre plantas, minerales y compuestos naturales en obras como el Shénnóng Běncǎo Jīng o «Clásico de la materia médica del divino granjero», primera farmacopea sistemática de China, atribuida míticamente a Shénnóng y compilada probablemente en la dinastía Han Oriental (s. I–II d. C.). Fue una base fundamental de la medicina tradicional china y de la hermenéutica alquímica posterior.

Reúne 365 sustancias (vegetales, minerales y animales), que se clasifican en tres niveles: superior (shàngpǐn) con 120 tónicos no tóxicos orientados a longevidad y cultivo espiritual, medio (zhōngpǐn) con 120 terapéuticas con posible toxicidad, e inferior (xiàpǐn) con 125 terapias potentes y más tóxicas para condiciones agudas. Entre las primeras, asociadas a la nutrición espiritual, al cultivo de la longevidad y a la armonización con el Dao, se encuentran compuestos como el língzhī (Ganoderma lucidum) y el má (Cannabis sativa), cuyo uso se justificaba no por sus efectos inmediatos, sino por su capacidad para facilitar estados de apertura espiritual, serenidad mental o comunión con el principio cósmico.
La inclusión de estas sustancias dentro de las categorías superiores no implica necesariamente su uso cotidiano, sino su consagración dentro de una lógica sacramental o meditativa. En este contexto, el empleo de sustancias no se orientaba al escape de la realidad, sino a su decantación y clarificación mejorando las posibilidades de impulsar el cultivo espiritual o de corregir cualquier falta de sintonía con el Dao.
La tradición médica china sistematizó el conocimiento sobre plantas, minerales y compuestos naturales en obras como el Shénnóng Běncǎo Jīng o «Clásico de la materia médica del divino granjero».
Integración en la práctica marcial
El paso del Wàidān al Nèidān tuvo efectos no sólo en el taoísmo religioso, sino en la configuración de las artes marciales internas. Estilos como el Tàijíquán, el Xíngyìquán o el Bāguàzhǎng adoptaron los principios de la alquimia interna como fundamento de su práctica energética complementaria. La noción de neìgōng (trabajo interno) refleja esta integración y constituye el alma de la técnica en sus posibilidades de ejecución efectiva interna y externa. En este modelo, la circulación del qì, la conexión entre respiración y estructura corporal, y la regulación emocional y mental, se convierten en los verdaderos pilares de un entrenamiento que incluía lo interno, lo externo y el movimiento entre ambos mundos.
El uso de sustancias externas, en este nuevo paradigma, se reduce casi por completo al ámbito terapéutico (por ejemplo, en el tratamiento de lesiones mediante linimentos como el dit da jow), pero no forma parte ya del proceso de desarrollo espiritual o técnico que muchas prácticas de este tipo provocan o impulsan.

Según esta evolución, la historia del uso de sustancias en la tradición china no puede leerse desde una perspectiva de continuidad. A lo largo de los siglos, las funciones de estos compuestos han oscilado entre la exaltación trascendental, la terapia curativa y la experimentación en los límites de la supervivencia. El caso del Wàidān ilustra los riesgos de una metafísica que opera sobre la materia sin atender a sus límites fisiológicos reales. El Nèidān, por el contrario, representa una reconfiguración del proyecto espiritual desde una práctica de introspección, regulación y disciplina energética más realista y no dependiente de sustancias externas.
El reconocimiento del estatus de ciertas sustancias como auxiliares de la elevación espiritual, y no como vehículos automáticos de iluminación, evidencia una maduración doctrinal que, como hemos visto, articula cosmología, biología y ética del cuerpo, enfocadas a un contexto (marcial) en el que prima siempre la realidad por encima de cualquier fantasía bucólica destinada a fidelizar adeptos.
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