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Kuen Base Wushu University

Las artes marciales y el deporte comparten un origen remoto, pero no una misma lógica y sentido. A lo largo del tiempo han seguido caminos distintos, impulsados por estructuras, finalidades y significados que rara vez coinciden. Sin embargo, en las últimas décadas se ha extendido la idea de que ambos fenómenos pueden analizarse con las mismas herramientas, como si respondieran a idénticos criterios de medición, organización y evidencia. Esta suposición ha generado confusiones persistentes, tanto en los ámbitos académicos como en los pedagógicos, favoreciendo la tendencia a estudiar la práctica marcial desde modelos pensados para el rendimiento deportivo.


En esta primera entrada vamos a examinar el origen de esta divergencia, así como las razones profundas por las que la lógica administrativa y cuantificable del deporte no puede aplicarse sin distorsión a las artes marciales. Comprender esta diferencia estructural es indispensable para analizar, en la subsiguiente entrada, los problemas metodológicos que han condicionado la investigación marcial reciente y, finalmente, en la tercera parte, señalar qué elementos sí pueden integrarse en un verdadero marco de I+D marcial sin traicionar la naturaleza del arte.

Las artes marciales y el deporte comparten un origen remoto, pero no una misma lógica y sentido.

Las confusiones sobre el contexto marcial y sus vínculos con el deporte y la ciencia son cada vez mayores. Se está tratando el fenómeno marcial desde ámbitos que desconocen por completo su verdadera naturaleza, aplicando enfoques de investigación como si se tratase de una disciplina deportiva más, equiparable al fútbol o al atletismo. Personalmente opino que nadie tiene la culpa directa de esta confusión, pero sí creo que todos contribuimos de diferentes maneras a mantenerla, unos por desconocimiento y otros por múltiples formas de conveniencia.


padre hijo

El deporte se explica desde el materialismo filosófico como un subproducto de la transformación de antiguas actividades tecnológicas de supervivencia, como son la defensa frente a depredadores, la caza o la guerra. Todas ellas empleaban instrumentos definidos (palos, lanzas, arcos, cuchillos), que pueden representar un marco germinal común que relacione, en una etapa primigenia, a las artes marciales con lo que hoy entendemos por deporte. Sin embargo, podemos ver cómo, en la posterior evolución de esos fenómenos ancestrales en sus diferentes culturas, surge un proceso natural de diferenciación ligado a la propia arquitectura administrativa de las sociedades.


libro Hobsbawm

El historiador Eric Hobsbawm, en su obra sobre el nacionalismo, como Naciones y nacionalismo desde 1780, subraya el papel del deporte como una de las «tradiciones inventadas» que ayudan a forjar y mantener la identidad nacional. Sostiene que las competencias deportivas de alto nivel (como los Juegos Olímpicos o la Copa Mundial de Fútbol) ofrecen una vía de identificación masiva para millones de ciudadanos con su Estado-nación. La victoria de un equipo nacional se experimenta como una victoria colectiva de la nación misma. El Estado utiliza de esta forma el éxito deportivo como una herramienta para integrar a diversas poblaciones bajo una misma bandera y narrativas unificadoras.

El deporte se explica desde el materialismo filosófico como un subproducto de la transformación de antiguas actividades tecnológicas de supervivencia,

Sociologos de renombre como Norbert Elias y Eric Dunning en Deporte y ocio en el proceso de civilización analizan el desarrollo del deporte desde las prácticas violentas y desordenadas hasta las estructuras altamente reguladas y estandarizadas de la modernidad. Argumentan que el deporte moderno refleja la necesidad del Estado de monopolizar la violencia y controlar los cuerpos. Las reglas estrictas, los árbitros y las sanciones son una manifestación en miniatura del control que el Estado ejerce sobre la sociedad. El proceso de «deportivización» es paralelo al proceso de «civilización» y la formación de la sociedad moderna administrada, donde la reglamentación y la burocracia son esenciales.


Esta administración técnica, ligada igualmente a la ingeniería civil y a la construcción de estadios, convierte la actividad deportiva en una abstracción cuantificable, haciendo que las confrontaciones sean medibles, clasificables y comparables. Volviendo al marco del materialismo filosófico, podemos entender entonces que lo que distingue una actividad física o un arte marcial de un «deporte formal» es la decisión política y administrativa que lo instituye como tal. Por este motivo, lo que llamamos deporte no es, en su origen, un fenómeno cultural o pedagógico, sino una creación política, dependiente del Estado y de sus necesidades de influencia, control, representación y propaganda.

lo que distingue una actividad física o un arte marcial de un «deporte formal» es la decisión política y administrativa que lo instituye como tal.

Un claro ejemplo de esta afirmación es el resurgir de los Juegos Olímpicos modernos, que se produjo en un momento en el que el mundo estaba construyendo nuevas identidades nacionales, cuando los territorios, los estados y los pueblos buscaban afirmarse en un mapa global emergente. No parece fortuito que los primeros Juegos modernos (finales del siglo XIX) coincidieran con una fase intensa de nacionalismos, de búsqueda de grandeza, de modernización y de construcción de la nación-estado.


olimpiada

Aunque el movimiento olímpico nació con promesas de hermandad universal, de educación moral y de cooperación entre los pueblos, su terreno natural acabó siendo el de la rivalidad entre las naciones. El estadio moderno se acabó convirtiendo con ello en un escenario simbólico donde cada país podía exhibir su vigor físico, su progreso social y su ejemplo de ciudadanía; un escenario contemporáneo en el que cada país podía representarse a sí mismo, afirmar su identidad y exhibir su fortaleza sin recurrir al conflicto bélico.


Para sostener este modelo era imprescindible un marco administrativo sólido con comités nacionales, reglamentos, banderas y la propia noción de «equipos nacionales», articulados mediante el trasfondo político de las federaciones deportivas. Desde esta perspectiva, el deporte se muestra como una forma de acción humana instrumentalizada por las estructuras de poder que definen, miden y explotan la inclinación social hacia la competitividad, justificando con ello la inversión en subvenciones, programas deportivos y estudios que refuercen la narrativa institucional del sistema.

Aunque el movimiento olímpico nació con promesas de hermandad universal, de educación moral y de cooperación entre los pueblos, su terreno natural acabó siendo el de la rivalidad entre las naciones.

Llegados a este punto, el núcleo del problema se hace evidente y podemos afirmar que el deporte es cuantificable porque ha sido diseñado para serlo; una arquitectura que lo convierte en un objeto privilegiado para los intereses políticos y científicos que necesitan datos, métricas y personas que se presten a la medición. Su estructura (tiempos, distancias, marcas, porcentajes) surge de la voluntad administrativa de transformar la actividad humana en registros comparables y explotables para sus propios fines.


Bajo este marco, el atleta de alto nivel deja de ser simplemente un individuo en movimiento y se convierte en un dispositivo experimental, es decir, un cuerpo aislado, vigilado, repetido hasta la extenuación y perfectamente ajustado a los protocolos que alimentan el mercado, la estadística o las propias ciencias biomédicas. En realidad, vemos que no se estudia al deportista en términos humanos, sino aquello que el sistema ha decidido medir en él, reduciendo su complejidad a las variables que encajan en la lógica del rendimiento cuyos valores más le interesan.


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Este mismo esquema, tan eficaz para convertir el deporte en un territorio transparente a la medición, se ha intentado imponer sobre las artes marciales. Dado que estas han mostrado una clara resistencia a ser cuantificadas, se optó por deportivizarlas, reduciendo sus prácticas a reglamentos, categorías, cronómetros y protocolos competitivos que las hicieran compatibles con el aparato científico y administrativo ya establecido. Y una vez desmontadas y reconstruidas parcialmente como deportes, se han aplicado a su estudio los mismos métodos que funcionan en ese marco artificial, es decir, análisis estadísticos, mediciones aisladas, comparaciones entre muestras reducidas y diseños experimentales que presuponen la homogeneidad del fenómeno.

el atleta de alto nivel deja de ser simplemente un individuo en movimiento y se convierte en un dispositivo experimental

El problema para que esto funcione, que no funciona, es que las artes marciales no comparten el sustrato político-administrativo que permitió al deporte convertirse en un objeto tan dócil para la ciencia; son sistemas de conocimiento que operan en planos simbólicos, técnicos y experienciales que no se dejan capturar por las herramientas que el deporte ha normalizado. La investigación marcial, adoptando sin reflexión este molde, no aborda el estudio del fenómeno del arte, tan solo describe lo que queda de él una vez que se lo ha forzado a encajar en una forma que le es ajena. Sería algo similar a matar y diseccionar una mariposa para estudiar como vuela una mosca en determinados tipos de condiciones. Pese a ello, muchos investigadores insisten en seguir investigando las artes marciales como si fueran deportes medibles, ignorando su dimensión experiencial y fractal.


mariposa

A la luz de estas consideraciones, es evidente que deporte y arte responden a lógicas distintas y que aplicar el mismo patrón analítico a ambos solo conduce a distorsiones. En la próxima entrada, profundizaremos en esta idea, examinando los fallos estructurales que han marcado la investigación marcial contemporánea y algunas de las principales razones por las que no ha logrado comprender aquello que intenta describir. Ese análisis nos permitirá, más adelante, señalar los caminos en los que la ciencia sí puede ofrecer herramientas valiosas para el desarrollo marcial.

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