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Los números como lenguaje del cosmos en la tradición china II

Numerología budista

En las entregas anteriores, hemos explorado los fundamentos filosóficos de la numerología china y los grandes sistemas que mapean la naturaleza (los Cinco Elementos), el espacio (los Ocho trigramas) y el tiempo (el ciclo de Doce). Sin embargo, nuestro verdadero interés en esta cosmovisión reside en su aplicación práctica, en su capacidad para demostrar la conexión inseparable entre el macrocosmos (el universo) y el microcosmos (el ser humano). En esta entrada final exploraremos con más amplitud cómo estos principios numéricos se encarnan y manifiestan en las artes marciales chinas.


Las artes marciales chinas desarrollaron un lenguaje numérico, que sirve para organizar tanto el pensamiento como el entrenamiento y la propia estructura interna del arte. Los números delimitan los conjuntos de principios que se enseñan, las formas que se practican y las secuencias de movimientos que estructuran la memoria corporal del practicante. Podemos afirmar que crean marcos finitos de agrupación, dentro de los cuales se puede explorar la esencia de los patrones universales que rigen la circunstancias imprevisibles de cualquier situación combativa. Es decir, dividen la complejidad en esencias y porciones asimilables con un significado concreto asociado a cada cifra.


El dos, por ejemplo, es la base de todo. Representa el yin y el yang, el recibir y el emitir, el abrir y el cerrar. Sin esa polaridad no hay movimiento posible. El cuerpo combate porque alterna, porque oscila, porque transforma la oposición en ritmo entre cesión e invasión. El tres añade una dimensión de equilibrio representado en el triángulo formado por cielo, tierra y hombre. En el plano marcial, esto se traduce en una segmentación alineada de los tres arcos fundamentales del cuerpo (superior, medio e inferior) y en la naturaleza interna de la energía como estructura de combate (piernas con un enraizamiento sólido y potencia explosiva acumulada, centro corporal dinámico como nudo de transmisión de fuerzas multidireccionales y parte superior con potencial de velocidad, precisión y transformación adaptativa).

Los números dividen la complejidad en esencias y porciones asimilables con un significado concreto asociado a cada cifra.

El cinco traslada el plano teórico al operativo en las wǔxíng, las cinco fases o movimientos que describen los modos en que la energía se transforma. En el Xíngyìquán, por ejemplo, cada fase corresponde a un tipo de acción combativa: perforar, empujar, hundir, cortar y azotar. Pero, además de la identificación técnica que señalamos, el cinco expresa la idea de que la estabilidad surge de la capacidad de pasar sin interrupción de una forma de acción a otra.


monjes budistas

El seis, en cambio, introduce el principio de coordinación global. Lo encontramos en las liù hé, las seis armonías: tres internas (mente con intención, intención con energía, energía con fuerza) y tres externas (hombro con cadera, codo con rodilla, mano con pie). Propone una visión del cuerpo como un sistema integrado en el que cada segmento coopera con el resto, expresando su armonización mediante una estructura de relaciones funcionales intrínsecas e interdependientes.

El cuerpo combate porque alterna, porque oscila, porque transforma la oposición en ritmo entre cesión e invasión.

El ocho, el número de la expansión, representa las direcciones del espacio y las puertas por las que la energía puede entrar o salir. En el Bāguàzhǎng, ese número se convierte en la matriz completa del arte, configurándose a partir de ocho palmas, ocho pasos, ocho cambios y 64 combinaciones. El practicante desarrolla estas estructuras mediante patrones circulares, con el fin de integrar la complejidad del movimiento combativo, propio de un entorno esférico y tridimensional en el que confluyen contactos y fuerzas de distinta naturaleza.


El doce y el trece amplían la gramática numérica marcial. En el Hung Gar hablamos de los doce puentes (shí’èr qiáo), formas de conectar interiormente el propio cuerpo y, al mismo tiempo, vincularse con el del adversario, mediante diversas maneras de sentir la presión, absorberla o redirigirla según lo exija la situación o la técnica aplicada. Un equivalente en el Tàijíquán serían los trece principios (bā mén wǔ bù) en los que se combinan las ocho energías con los cinco desplazamientos.


Los números no son solo ideas organizadas y jerarquizadas como fuente conceptual del arte, sino principios que se encarnan en gestos que el cuerpo repite hasta interiorizarlos, configurando conjuntos dinámicos denominados shì (勢). Literalmente, shì significa «configuración», «postura con intención» o «potencia estructurada». En consecuencia, un shì no representa una posición anatómica fija, sino una estructura viva que integra dirección, ritmo y sentido.

Los números son principios que se encarnan en gestos que el cuerpo repite hasta interiorizarlos,

Cada shì actúa como una fórmula corporal específica. En ellos se define cómo distribuir el peso, cómo orientar los ejes y cómo transformar la energía potencial en energía útil para el combate interior y exterior. Cuando el practicante domina un shì, su cuerpo adquiere un reflejo condicionado específico, un patrón de reacción que no depende del pensamiento consciente y que abarca un modelo nuclear de respuesta operativa automática. El combate es un contexto en el que la esencia del shì desarrollado e interiorizado emerge cuando corresponde, convirtiendo el combate en un diálogo orgánico de acciones preconcebidas.


niño kung fu

Ahora bien, para que ese reflejo sea funcional, debe existir un orden en los principios que subyacen a cada shì. Los conjuntos numerados que hemos señalado hasta ahora (cinco fases, ocho puertas, doce puentes) crean sustratos internos de acción que nutren el potencial adaptativo del shì a las circunstancias inmediatas del combate. El cerebro puede almacenar las asociaciones necesarias entre técnica y concepto, combinándolas en el marco de relación de las tàolù (formas). El objetivo es preservar la eficacia del proceso formativo mediante estructuras de agrupamiento claramente definidas, que faciliten una comprensión racional de las complejas interrelaciones que lo sustentan. Esa economía de opciones hace posible organizar de forma progresiva el arsenal técnico del estilo y garantizar un desarrollo ordenado dentro del proceso de formación marcial.

Los conjuntos numerados crean sustratos internos de acción que nutren el potencial adaptativo del shì a las circunstancias inmediatas del combate.

Las tàolù son, por lo tanto, la culminación de ese proceso. Cada forma es una composición que encadena un número determinado de shì para construir una narrativa corporal. En ellas, los números reaparecen con un nuevo marco de significado. Hay formas de 24 movimientos, pensadas para sintetizar los principios en un ciclo completo, como las veinticuatro estaciones del año agrícola chino. Otras de 36 o 72, que establecen escalones de complejidad progresiva. Algunas de 64, aluden directamente a los hexagramas del Yìjīng, que representan todas las posibles transformaciones. Y las de 108, que simbolizan la totalidad: todas las técnicas, todos los estados, todas las fases.


ree

El número 108 tiene una resonancia especial y aparece continuamente en nuestro contexto. En la tradición budista, simboliza las pasiones que atan al ser humano al ciclo del sufrimiento. Por eso los monjes budistas hacen sonar las campanas 108 veces y repiten los mantras con 108 cuentas intentando con ello purificar cada deseo y pensamiento. Esa misma cifra cruzó los muros de los templos budistas y se acabó convirtiendo en un símbolo de totalidad dentro del wǔshù.


En una copia Qing del tratado Chóngxīu Shàolín zhèngzhuàn se describe el Luóhàn Quán con «108 diagramas» de práctica individual y para dos personas. En el Tàijíquán, el número 108 posee una resonancia simbólica que trasciende la mera estructura técnica de la forma larga del estilo Yang. En ella, los 108 movimientos representan un recorrido completo de transformación interior, donde cada paso encarna la depuración de un deseo, una emoción o una tensión que interfiere el equilibrio interior operativo. En todos los casos, representa el cierre de un ciclo, la plenitud del aprendizaje, el punto en que la técnica se termina de comprender en toda su amplitud y complejidad.

Cada forma es una composición que encadena un número determinado de shì para construir una narrativa corporal.

Si observamos con atención, el combate también obedece a leyes numéricas. Cuando dos oponentes se enfrentan, se generan pares de opuestos: ataque y defensa, lleno y vacío, avance y retirada. Pero a medida que la lucha se prolonga, esos pares se multiplican y se entrecruzan. Lo que era dual se vuelve entonces ternario, quíntuple, octogonal, etc. Dado que la habilidad del artista marcial consiste en moverse dentro de esa geometría cambiante con toda la naturalidad y flujo posible, podemos interpretar el combate en términos numéricos desde la siguiente perspectiva:


·       El dos representa la alternancia.

·       El tres, mantener el equilibrio.

·       El cinco, circular.

·       El ocho, abrir caminos y cerrar espacios.

·       El doce, enlazar.

·       El trece, integrar.


Puede parecer curioso que en pleno siglo XXI estemos hablando de numerología en lugar de biomecánica o neurofisiología. Pero lo cierto es que las dos cosas no están tan lejos si comprendemos su esencia. La mente humana recuerda mejor cuando puede establecer relaciones simbólicas y, para ello, el número funciona perfectamente. Lo hace de múltiples formas como un ancla para la memoria y como un patrón para la comprensión general e integral del arte.


Si observamos el tema desde la perspectiva neurocientífica, el cerebro tiende a agrupar la información en «chunks», unidades de sentido. Los conjuntos numerados de las artes marciales cumplen exactamente esa función: facilitan el aprendizaje progresivo, reducen la carga cognitiva y refuerzan la retención a largo plazo. Lo que la tradición transmitió como «trece principios» o «doce puentes», hoy podríamos describirlo como una optimización del sistema de aprendizaje motor en paquetes de información verdaderamente utilizables.

La habilidad del artista marcial consiste en moverse dentro de esa geometría cambiante con toda la naturalidad y flujo posible.

Además, la estructura numérica favorece la ritualización, lo que nos permite estabilizar mucho mejor la atención. Cada elemento numerado tiene un principio y un final, una distribución, variabilidad y ritmos internos que ayudan a mantener la concentración. Esa capacidad de fijar la mente en un orden repetitivo tiene un valor enorme para el proceso de interiorización técnica, sobre todo en un tiempo donde prima el hábito de la multitarea y la dispersión permanente de la atención por extractores externos.


maestro kung fu

Pero quizá, lo más interesante de toda esta aritmética marcial es que trasciende los confines técnicos y conceptuales del arte, y se acaba metiendo de lleno en el camino de vida del artista marcial. Los mismos principios pueden aplicarse a la vida cotidiana si interiorizamos correctamente su significado. El dos nos recuerda que toda situación tiene dos caras y que la habilidad está en moverse entre ellas. El tres nos enseña a mantener el equilibrio entre pensamiento, emoción y acción. El cinco invita a adaptarnos a los ciclos, a entender que todo pasa y vuelve de otra forma. El ocho nos recuerda que la vida se abre en múltiples direcciones, y que el camino directo no es siempre el más oportuno. El doce, que nuestras relaciones son puentes que debemos cuidar. Y el ciento ocho, que la perfección está en la suma de lo imperfecto que constituye nuestra existencia como seres humanos.


El riesgo que asume el pensamiento moderno aparece al reducir el entrenamiento a una cuestión puramente mecánica. Se mide la fuerza, se cuantifica la velocidad, se analizan los ángulos. Todo eso es útil y en todo ello intervienen los números, pero si olvidamos el lenguaje simbólico que da coherencia y pegamento a todos los elementos, corremos el riesgo de perder el alma del arte por el camino.


La numerología china es un lenguaje ancestral que organiza y vincula significados teóricos con expresiones corpóreas. Practicar una forma de 108 movimientos sin comprender por qué son 108 es como recitar un poema sin entender su idioma. En todas las escuelas tradicionales chinas late esa estructura invisible. El tàijíquán organiza su mundo en trece principios; el Hung Gar Kuen, en doce; el Xíngyìquán, en cinco; el Bāguàzhǎng, en ocho. Los números varían según el estilo y el sentido simbólico que lo sustenta, pero permanece constante la idea de que el orden se manifiesta en la práctica a través de la proporción y el flujo entre sus elementos constitutivos.


Esto nos devuelve la imagen de la práctica marcial como un microcosmos, reflejo del orden universal. Los números solo nos muestra segmentos preconcebidos del arte para leer su conversación interna y entenderla. Esa es la verdadera numerología del wǔshù: un lenguaje para entender cómo se organiza la energía, cómo se transmite el conocimiento y cómo el cuerpo se convierte en un instrumento de conciencia para recordarnos, cada día que entrenamos, que el universo tiene ritmo, y que nuestra tarea, tanto en el combate como en la vida, es aprender a respirar con equilibrio dentro de ese ritmo, sin romperlo.

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