El combate
El cruce de miradas no hizo mella en ninguno de los dos.
El intento de arañarnos algo de espíritu antes del combate no surtió efecto.
Las miradas se aproximan, pero no llegan
y el interior está cada vez más blindado a lo innecesario.
Ahora todo está a punto de decidirse.
Todo ha cambiado,
mirada, tono, intención, voluntad.
Un compendio de interacciones de altísima velocidad
en las que la mente pretende susurrar algo al silencio.
Se inicia el combate.
Observo un exceso de voluntad, de velocidad, de intención en mi oponente
Se aproxima a gran velocidad y, sin tiempo a una reacción anticipada,
me preparo para el envite inminente.
Un torrente de acción aborda mis defensas.
El torbellino de puños y empujes no me deja más opción que cubrirlo todo.
No hay respiro, no hay espacio de respuesta, tan solo fuga y blindaje.
Siguen los golpes, sigo sin poder abrir un espacio de reacción.
Algunos se clavan y duelen, la cobertura nunca es absoluta.
El cuerpo responde contrayendo las fibras segundos antes de cada impacto.
Continúan cayendo sobre mí incesantes puntas de dolor;
la duda comienza a florecer en mis pensamientos explosivos:
¿cuándo comenzará la fatiga?, la suya y la mía.
Por una mínima fracción de tiempo se abre una brecha,
un resquicio en el espacio-tiempo fruto de una técnica imperfecta.
No pienso entonces, solo percibo en tercera persona
las acciones que se han desencadenado.
Mis piernas aprovechan el instante por si solas
Yo ya no decido nada, navego la inercia de mis propias reacciones,
El primer impacto inunda de esperanza mi instante,
conecto bien en distancia, potencia y contundencia.
Su maremoto se evapora por un instante.
Es el intervalo de la reconquista espiritual del momento
Salgo de un cascarón obligado y mis alas comienzan a desplegarse.
El aliento no falta, las horas de insistir en el sufrir del entrenamiento siguen dando aliento.
Ahora le conecto el segundo mientras, a intervalos,
voy tomando el control de mis reacciones desbocadas.
Apenas han transcurrido diez respiraciones;
no siento dolor, no siento ninguna emoción hacia el otro, solo reacciono.
Directo al objetivo de vencerlo, sin pensar en otra cosa
esquivo respuestas, pero mi cuerpo se desplaza buscando nuevos escenarios:
comienzo a disfrutar del vértigo
No miro su expresión, en realidad no puedo verla,
eso me aísla de mi defectuosa empatía para la lucha.
No retrocede, pero se doblega ante golpes cada vez más precisos,
contundentes, inmediatos y continuados.
Percibo que el se siente presa del instante,
tal y como me ocurrió a mi al comienzo de la lucha.
Algo cambia, mi ánimo baja un grado, el suyo lo sube.
Sin saber bien como ocurre
impacto contra el suelo y él está encima de mí.
Afianzo la posición.
El suelo me da cierto margen de lentitud,
hace un instante no lo tenía,
Respiro, controlo la fuga de aliento, él insiste.
Golpea con todo lo que tiene, pero lo evito completamente.
Noto el desaliento en su mirada,
ahora tan cerca de mí que casi puedo respirarla.
Con sabor a sangre seca en la garganta,
afianzo con fuerza un brazo, pero el sudor hace su trabajo y se escapa.
Me desespero por un instante, pero cambio rápidamente la posición.
De nuevo una brecha, impacto de inmediato y salgo de pie del momento
Ahora no perdono, no puedo ni decidirlo, mi siguiente acción determina el final.
El sucumbe y cae como un árbol talado.
Mientras cae me debato en la lucha interior:
¿sigo para confirmar su declive o espero a que el destino decida?
En el fondo sé que no es necesario, en el fondo no quiero que esto acabe.
El sonido, la expresión, la memoria
Todo me anuncia el ansiado y temido final.
No hay opción a seguir en el ojo del huracán
Salgo de la «vida intensa» a la «vida continua» en apenas unos instantes.
Recupero el pensamiento, como el que vuelve a vestirse para salir.
Ahora todo cambia en nuestras miradas,
parece que el espíritu de la lucha vuelve solo a su guarida.
No siento nada, no hay victoria, no hay derrota, solo cumplimiento.
Ahora siento la hermandad, la compasión, la alegría y la tristeza.
Todo muere y nace entre los dos en un intercambio difícil de descifrar;
somos uno por un instante disfrutando la derrota victoriosa del otro
Ahora todo cobra sentido.
Ahora sé que quiero volver pronto
Aunque mi cuerpo me va recordando los restos de la batalla
Aún no es tiempo para eso, es tiempo para el abrazo, para la satisfacción,
Es tiempo para dominar lo que queda por dominar dentro de uno mismo.
Es tiempo de sentir la voluntad en su máxima expresión
y despedir el anhelo que nace de ese preciso e intenso instante.
La vida feroz se escapa súbitamente y volvemos al sueño programado de lo diario.
El combate ha finalizado.
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